jueves, 17 de enero de 2019

Pase a calentar. Comprensión del quehacer político indígena desde las palabras y la compañía de las mujeres Misak del Resguardo la María (Piendamó, Cauca).


Este es el resumen de una investigación realizada en el Resguardo Misak (Guambiano) la María, Piendamó, Cauca, Colombia; entre los años 2014 al 2018. El objetivo fue analizar las formas en que se construyen y se aprenden las políticas indígenas en nakchak, mediante la comprensión de las palabras de las mujeres, para aportar al fortalecimiento de la comunidad con el conocimiento desenvuelto en la vida. La metodología del trabajo surgió del estudio de las propuestas de algunos investigadores guambianos y solidarios presentes en las luchas de los años 70 y 80 del siglo XX. Los conceptos de nakchak y nakuk, se construyeron desde la metodología de acompañar, que consiste en vivir con las personas del Resguardo. Sin ser una etnografía, esta investigación utiliza como herramienta central el diario de campo, elemento creado dentro de ese enfoque investigativo.

Las conclusiones del trabajo dan cuenta de la forma en que el proceso de burocratización de algunos sectores indígenas ha silenciado, en parte, la vida cotidiana como participación política. La cocina deja de ser un lugar de la política, es decir deja de ser nakchak, para ser un lugar de opresión, un lugar de la vida privada, el lugar donde actúan las diversas formas que asume la colonización. El silenciamiento de la voz de los mayores y mayoras, entendidos no solo como seres humanos, es una de las principales maneras para continuar y fortalecer las estructuras sociales y culturales del colonialismo interno.

Las palabras del Taita Abelino Dagua “el derecho nace de las cocinas”, que sintetizan parte del pensamiento guambiano, son el centro de esta investigación porque esa es una síntesis del conocimiento popular. Esa afirmación cobra sentido para los indígenas y para muchos sectores subyugados y oprimidos, igual que la afirmación de Quintín Lame “la ley es ilegal”, válida en el contexto de lucha de clases de la sociedad capitalista. Ambas afirmaciones son el punto de llegada de luchas sociales que nacieron muchos años antes de la existencia de quienes las expresaron. Ambas afirmaciones pueden orientar las acciones políticas en el marco de las luchas populares. Lo que les da contenido y fuerza es el sentido que cobran en la vida de muchas personas. Eso también las hace verdaderas. Sin las personas que asumen esas luchas, esas palabras no cobran sentido, no viven.

lunes, 7 de abril de 2014

Capítulo 17 Trabajador naval honorario Viejos fotogramas de una próxima película. por Federico Lorenz



Cuando los que luchan contra la injusticia están vencidos,
no por eso tiene razón la injusticia.
Nuestras derrotas lo único que demuestran
es que somos pocos
los que luchamos contra la infamia.
Y de los espectadores, esperamos
que al menos se sientan avergonzados.
Bertolt Brecht, Nuestras derrotas no demuestran nada.
Primeras imágenes
Hay recuerdos que aparecen como imágenes congeladas, mientras que otros son partes de escenas en movimiento. Puedo imaginar mi trabajo de historiador de ese modo, como la construcción de una historia encarnada en imágenes sueltas y solo aparentemente inconexas, con un guión que, establecido en líneas muy generales, a veces da saltos conceptuales y argumentales en función de una trama que sólo se va revelando por completo a medida que el film se desenvuelve. Son fotogramas de un documental que tanto registra mi trabajo como las vidas de las personas que investigo. A veces en blanco y negro, otras en color; en ocasiones con la calidad del cine, pero otras veces con la precariedad de un video Super 8 casero.
La investigación histórica es entonces tanto la narración del suceso estudiado y explicado como el descubrimiento de un lugar en el mundo. Como en el cine, enfoques y aumentos tienen que ver directamente con la obra.
En una de esas fotos, Ana Rivas me escribe un correo electrónico en el que me dice que cuando tenga un hijo le va a poner mi nombre, Federico. Ana tiene más o menos mi edad. La conocí por mi trabajo como historiador, investigando sobre el pasado reciente argentino. Así, supe que el 12 de junio de 1976 la dictadura militar argentina secuestró a su papá, Hugo Rivas, militante sindical y trabajador en los astilleros Astarsa, en la zona de Tigre. Desde entonces, él permanece desaparecido. Mi libro sobre la historia de su padre y otros militantes está dedicado a ella.
Ana dice que su futuro hijo, cuando lo tenga, llevará mi nombre porque "conmigo siente como si me conociera de toda la vida". Sin embargo, nos conocemos hace exactamente dos años. Carlos Morelli fue compañero del papá de Ana. A él lo conozco desde el año 2003, y rápidamente pasó a ser Carlito, el nombre con el que lo conocieron los otros obreros durante su militancia. Fue uno de mis entrevistados más importantes cuando estaba haciendo la investigación sobre el activismo sindical de los obreros navales. Durante muchos fines de semana lo visité regularmente en San Fernando, donde vive, para caminar por las calles que él recorría rumbo al trabajo, para conocer los lugares donde se reunía con sus amigos y compañeros, como otra de las estrategias de investigación para reconocer los espacios donde habían transcurrido sus luchas, sus victorias y sus derrotas.
Tengo esta imagen: uno de esos días caminamos hasta mi auto para despedirnos, pateando las hojas amontonadas por el otoño. Carlito trae un paquete bajo el brazo, una bolsa de supermercado. Meto las llaves en la cerradura de la puerta, y entonces me dice, con la solemnidad que tiene a veces:
-¿Sabés, Fede? ¿Pensaste qué somos nosotros?
Yo todavía tenía en la cabeza la entrevista que habíamos hecho esa mañana.
-Qué sé yo. Yo te quiero mucho.
-Podríamos ser amigos -continúa sin escucharme, como cuando quiere contar todo de un tirón-, pero no lo somos. Por mi edad, yo podría ser tu padre y vos mi hijo; pero tampoco.
Toma aire y lo larga:
-Pero de lo que no me cabe duda es que sos un compañero.
Lo miro, sorprendido, mientras saca lo que trae dentro de la bolsa.
-Esto es para vos.

Esa tarde Carlito me dio sus zapatos, los que había usado como trabajador naval hasta el momento en que se los sacó por última vez el día que dejó el astillero, luego de que en una reunión le advirtieron de la amenaza del Golpe. Desde ese día, en el verano de 1976, nunca había vuelto al astillero.

Si yo, como historiador, no hubiera elegido estudiar la historia de un grupo de militantes sindicales de la industria naval, no habría conocido ni a Ana ni a Carlito. Ni ella habría pensado en mi nombre para su hijo, ni Carlos en un depositario para su legado encarnado en unos zapatos.

Pero al mismo tiempo, yo tampoco habría podido concebir la escritura de la historia como lo hice después de conocerlos, a ellos y a otros hombres y mujeres atravesados por esa experiencia. La escritura de la historia puede ser a veces, como en mi caso, la inclusión del investigador en la propia trama de sucesos del pasado que analiza, vuelto presente como una forma, fundamentalmente, de construcción de futuros soñados, construidos, luchados, y no solamente recordados. Miradas sobre el pasado como una posibilidad de imaginar otro horizonte social, encarnado en recuerdos, apoyado en las cenizas de los proyectos derrotados. No una aproximación nostálgica, sino un aporte a una acumulación social en el proceso de liberación de los pueblos. De ser posible este ejercicio, la escritura de la historia se emparenta con la utopía en sí: el historiador no registra la tarea emancipatoria en tanto pasado sino que su trabajo, su escritura del pasado, es parte de ella como presente.
Castigos y cortes
La dictadura militar argentina (1976-1983) atacó, en su proyecto de reestructuración social y económica, distintas dimensiones de vínculos sociales: desde barriales, políticos, familiares hasta afectivos, como los que hoy unen a Ana y a Carlos conmigo. El sistema terrorista estatal buscó no solo arrasar las organizaciones políticas y sociales, sino las costumbres, los espacios y los afectos que le daban asidero en la experiencia de las distintas clases y, entre otras cosas, convertían experiencias políticas concretas en momentos, en etapas de más largas tradiciones de lucha en el campo político y cultural argentino.

El secuestro, la tortura y asesinato de las víctimas de la dictadura, así como el posterior ocultamiento de sus despojos mediante el sistema de la desaparición, no solamente buscaron el aplastamiento de diferentes formas de organización social, sino la construcción de duraderos mecanismos de autorepresión apoyados en el miedo, la incertidumbre y la culpa. Si bien la represión tuvo un carácter selectivo, esto no impidió (de hecho, por sus formas, impulsó) la instalación de la extendida idea de que una posibilidad cierta de "castigo" derivaba del grado de cercanía que un individuo tenía con el círculo de afectos o relaciones sociales de las víctimas, de una latencia de la amenaza que funcionó eficazmente en espacios pequeños como una fábrica, un barrio o una familia.

De allí que el aislamiento de los afectados fue también, en muchos casos, otro de los efectos que la represión logró. En el largo plazo, este disciplinamiento consolidó actitudes individualistas y egoístas que aún hoy traban diferentes esfuerzos de construcción colectiva. Un secuestro y un asesinato, crímenes políticos que eran casos individuales de un proceso extensivo y estructural de disciplinamiento social, se transformaron, a través de silencios y distanciamientos como los descriptos, en episodios aparentemente "individuales", que marcaron para siempre una historia personal y familiar. La represión, si no a todos, confinó a miles a vivir entre cuatro paredes su dolor, su pérdida y su derrota. En muchos casos redujo derrotas políticas colectivas a heridas individuales.[1]

La dictadura militar atacó con fuerza y eficacia distintas tramas de la vida social: la experiencia de organización sindical, la vida comunitaria, las amistades, los afectos, los lazos familiares, culturales y artísticos. Desmovilizar mediante el miedo, aniquilar por medio de la matanza, disciplinar mediante el aislamiento fueron los objetivos estructurales de la represión ilegal, como una forma de consolidar las bases de los modelos sociales en los que vivimos hoy. La "caída del mapa" de los excluidos por el sistema, los "residuos" humanos, seres desechables de los que habla Bauman (2005: 24 y ss.), fue precedida en la Argentina por la exclusión de los desaparecidos del presente social a costa de sus vidas, y de sus familiares del espacio público. Buena parte de la historia argentina reciente estuvo y está teñida por los esfuerzos de estos por hacerse ver, y por lograr tanto un espacio para la memoria de sus seres queridos como el castigo de los culpables, al punto de que hoy parecen inescindibles uno del otro.

Pero en el plano más general de las relaciones sociales, diferentes articulaciones y tejidos humanos y políticos, diversos lazos de solidaridad y afecto, así como lealtades políticas y culturales, se vieron atacados y afectados en una forma tan virulenta y radical que a veces llevan a pensar que efectivamente no hay nexos entre quienes sostienen este tipo de identidades, que son solo islas en un mar de incertidumbre. En esta concepción, los seres humanos son meros sobrevivientes, maderos a la deriva, despojos arrastrados por las aguas de la inundación.
Los zapatos de Garlito

Me aproximé al estudio de la historia de los trabajadores navales de Tigre como una forma de analizar en escala micro la radicalización política de los trabajadores en los años setenta y la represión descargada sobre ellos. El objetivo principal era estudiar la perspectiva particular de la experiencia obrera que, a mi juicio, estaba muy poco representada en los relatos públicos sobre la militancia de los años setenta y el terrorismo de Estado en la Argentina.

La historia que decidí estudiar se prestaba especialmente para ver tanto el grado de desarrollo alcanzado por los militantes de una agrupación combati­va como los efectos de la represión a escala del establecimiento industrial y del barrio. Se trataba de un grupo de obreros jóvenes que disputaron la con­ducción interna de su sindicato en algunos astilleros de la zona norte del conurbano bonaerense, y que protagonizaron una toma de planta exitosa en mayo de 1973, para convertirse luego en un referente para los trabajadores más combativos de la zona. Como integrantes de la Juventud Trabajadora Peronista (JTP), fueron uno de los frentes de masas de la guerrilla montonera, y como consecuencia, por su peso simbólico y el grado de organización alcan­zada, fueron duramente reprimidos (Lorenz, 2007).

Durante varios años realicé trabajo de campo en la zona, entrevistando a los sobrevivientes de la agrupación sindical que habían constituido, inicialmente para la conformación de una colección de testimonios sobre la expe­riencia obrera de la represión.[2] Pero a medida que la investigación avanzaba, surgió, la necesidad, en lo que a mí respecta, de plasmar en un libro la historia que iba armando mientras la descubría, y la demanda, por parte de mis entre­vistados, de que su confianza en el historiador y su apertura para confiar su testimonio fueran devueltas a través del registro de sus vidas en un formato que ellos reconocían como legítimo: la producción de un "intelectual".

El resultado fue que, en paralelo a la reunión de testimonios primero y a la recolección de materiales después, articulé como historiador una relación profunda con los actores del proceso que estaba investigando. En un proceso que no analicé como tal entonces, pero que conscientemente noté después, las preguntas del investigador avanzaban en el sentido contrario del que habían tomado las medidas represivas de la dictadura militar. Los interrogantes his­tóricos creaban lazos, las preguntas sobre los muertos, treinta años después, reunían a los vivos.

Finalmente, en 2007 logré un equilibrio entre ambas necesidades: publi­qué Los zapatos de Garlito (Lorenz, 2007). El título, que evoca la anécdota que abre este texto, apunta a la idea de que el libro es tanto la historia de una experiencia sindical como una reflexión sobre los pequeños procesos sociales que generan nuestras investigaciones y, a la inversa, las tormentas conceptua­les e ideológicas que nuestras investigaciones desatan en el calmo mar de nuestro refugio disciplinar.

Dediqué el libro a la memoria de los obreros desaparecidos de los astilleros, y especialmente a Carlito y a Ana. El día de la presentación, estaban reunidos en un centro cultural de la zona norte sobrevivientes, sus familias, hijos de desaparecidos, militantes, uno de los dirigentes de la CTA (Central de los Trabajadores Argentinos) y este historiador. ¿Se trataba de personas aisladas, solo convocadas por un evento cultural que las tocaba individualmente, o hilos sueltos de un tejido más denso que la dictadura no había logrado deshacer por completo? Y si eran hilos de un tejido, ¿qué lugar tenía la obra de un historiador en esa trama?
Redes
Sucede que la materialización de esa historia de la Agrupación Naval de los trabajadores de Tigre fue posible, en buena parte, precisamente por la articulación de vínculos afectivos con los protagonistas sobrevivientes, con un gradual involucramiento del historiador en las vidas de sus fuentes vivas, y en un proceso que también se dio a la inversa. ¿Dónde están entonces los límites entre la intervención historiadora y las relaciones afectivas? ¿Dónde entre la intervención política y la investigación? ¿De qué modo el trabajo del historiador participa en la reconstrucción de redes sociales hachadas por la represión, cortadas por resentimientos barriales añejos en décadas?

Surge una primera respuesta operativa consistente en transformar esas tensiones en espacios fructíferos para la revisión de la frontera disciplinar. Una forma de aproximarse -una vez más- a la antigua pregunta acerca del contenido y las consecuencias políticas del trabajo de los historiadores.

Evidentemente, una vez producido el trabajo del historiador, sus fuentes -mujeres y hombres vivos- se apropian de él de diferentes modos. De hecho, lo hacen durante el proceso de elaboración del mismo. Pero con la salvedad, para la historia reciente, de que no se trata solamente de la intervención en el relato público, en las memorias, por ejemplo, sobre la guerra de Independencia del siglo XIX, sino de construcciones de verdades y legitimaciones que tienen consecuencias para personas vivas, que orientan sus memorias en función de luchas en el presente.

Como lo mismo le sucede al historiador, la reflexión sobre estas cuestiones pasa a ser otra aproximación a la discusión en torno a las formas que adopta la Historia en su interpretación y narrativa, ya que las polémicas sobre las formas y las fuentes son, en definitiva, disputas acerca de la legitimidad para hablar acerca del pasado, que es una lucha política.

Al respecto, recientes cuestionamientos al uso de los testimonios denuncian lo que parecería ser una saturación del género en el campo del pasado reciente argentino. Sin embargo, el trabajo con ex obreros navales y sus familias me lleva a cuestionar esta idea. Es posible admitir que existe una saturación de testimonios y experiencias, pero esta tiene una fuerte marca de clase, aquella surgida de la experiencia de los sectores medios en torno a esos años de lucha y represión, y por extensión en memorias de formas concretas de organización política de aquellos años. Cuando se achica la lente, o se toman otros actores, como los trabajadores, esta supuesta saturación muta en ausencia, omisión o explícita voluntad de omisión. De este modo, la pregunta inicial por la relevancia política del trabajo de los historiadores, los límites entre "lo político" y "lo científico" cobra renovada importancia. La tarea de investigación puede cumplir, entonces, funciones de denuncia e instalación.

Pero el historiador no "da voz a los que no la tienen" ni hace de ventrílocuo. Interpreta, traduce. Y en ese proceso, no son los mismos quienes hablan ni quien los somete a la crítica histórica con sus preguntas y sus escritos. Surge la posibilidad, en consecuencia, de pensar estos cambios e intercambios como pasos para la construcción de una voz histórica, y de una forma de narrar el pasado, particular a una clase o grupo, que comparte los criterios de validación de la disciplina, pero que no se subordina completamente a ellos, ya que la legitimidad más importante no es ante los pares académicos, sino ante la experiencia que busca verse reflejada en ella. De este modo, hacer la historia de los sectores populares no es solo tomarlos como objeto, sino ubicarse desde una perspectiva de clase moldeada histórica y culturalmente. Como sostiene Jean Chesneaux (1984: 162 y ss.), no se trata de escribir sobre ellos, sino con ellos.
Guiones
La cuestión no es retórica, mientras nos perdemos en estas disquisiciones, ellos, nuestro "objeto de estudio", se apropian por su parte de los resultados de nuestro trabajo, que los contiene, y lo incluyen en su propia historia, como hitos en un proceso que los precede y los excede.

Un año antes de la salida del libro, algunos de los trabajadores navales y sus familias inauguraron el Monte de los Navales, en el Paseo de los Derechos Humanos, en Villa Lugano, y allí me dieron una sorpresa. Antes de hincar en la tierra una silueta del barco que Carlito había recortado en un hierro, con una leyenda grabada con soldadora que decía: "Compañeros, hasta la victoria siempre", este tomó el micrófono, me llamó al frente, y ante representantes de los organismos de derechos humanos y otros familiares dijo:
Por su trabajo y el que está haciendo, quiero nombrarlo compañero naval honorario, por lo que hace por nosotros, nos ha ayudado a juntarnos.

Su gesto tenía un gran peso, si bien yo ya no trabajaba en el archivo para el que inicialmente había recopilado los testimonios, con esas palabras yo ya era "uno de ellos". Así, los entrevistados para una recopilación de testimonios se habían "apropiado" de ese trabajo académico y le daban un sentido propio.

Este no fue un episodio aislado. Unos meses después de la salida del libro, en 2007, una de mis alumnas me contó que le había llevado Los zapatos a un compañero de militancia suyo que estaba preso. El resultado fue una carta en hoja de cuaderno que llegó a mis manos y que me quema cada vez que la leo:
Federico Lorens permítame presentarme, yo soy José Villalba un campesino expulsado por la miseria de Santiago del Estero a esta gran ciudad, con la ilusión de un nuevo amanecer para sueños irrealizados. Pero como a muchos trabajadores, también me golpeó la realidad de la violenta injusticia patronal donde nos esclavizan doce o catorce horas y a gatas alcanza para el puchero.

Hoy me encuentro preso por no resignarme a las injusticias, culpable por hartarme y decir basta de tanto abuso, culpable por luchar por un futuro para mis hijos y los de los cumpas. Seguramente a este gobierno que no sabe de hambre, armarme una causa no le costó demasiado, cree que así pueden callarnos. Qué equivocados están. Pero no es éste el motivo de mi carta sino decirle que pude leer su libro, Los zapatos de Carlito, y quería felicitarlo. Usted me ha sacado de aquí, mostrándome y haciendo vivir la experiencia de los navales.

Yo no sé si usted ha tomado consciencia de la herramienta que nos ha forjado a los trabajadores, con su libro que ya no lo es, ya nos pertenece. Sus páginas vivas me dieron la fuerza, fortaleza y convicción de que no estoy solo, que nuestra clase lucha, lucha y luchará siempre hasta lograr su liberación.

Seguramente su libro no será recomendado como texto de estudio de nuestra historia en las escuelas, ni llegará a ser un best seller, pero será para nosotros los trabajadores la mejor herramienta de aprendizaje. (Yo en particular la utilizaría como material de formación de unas cuantas direcciones de izquierda). En su libro usted dice que le otorgaron el mejor título que tenga, lo llamaron compañero, pues es así compañero, llévelo con alto orgullo, ser compañero para nosotros tiene contenido, usted lo refleja en su libro, los compás no se equivocan, sino, le hubieran dicho Fede, Lorenz o profe pero no, lo llamamos compañero, es reconocido de nuestra clase. Como usted dice compa que los zapatos de Carlito seguramente le van grande yo no sé si es así, pero de lo que sí estoy seguro mi chango es de que está creciendo y que seguramente vas a tener la misma talla. Todo depende de vos cumpa.

Bueno compañero espero le llegue mi humilde opinión, continúe en la senda de nuestra clase.

Espero poder charlar en otra oportunidad y en otra situación, seguramente se dará en el tiempo.

Lo saludo fraternalmente compañero Federico
José Villalba Preso político Comisaría 1a de Moreno

El "Negro" Villalba, además, había reconocido en la fotografía de la cubierta del libro a su hermano (que había participado en la toma), con quien hacía décadas que no se veía. Pero lo importante es que para este militante preso, había una cuestión muy clara: el libro ya no era mío ("su libro que ya no lo es, ya nos pertenece"), sino que pasaba a ser una herramienta de un colectivo más amplio, de una clase. Uno de sus integrantes, como antes Carlito, me elegía como parte de esta, a la que había ingresado desde otro lugar ("le hubieran dicho Fede, Lorenz o profe pero no, lo llamamos compañero, es reconocido de nuestra clase"), pero estaba en el recorrido intelectual que yo hiciera, en mis decisiones, la posibilidad de honrar esa distinción ("Como usted dice compa que los zapatos de Carlito seguramente le van grande yo no sé si es así, pero de lo que sí estoy seguro mi chango es de que está creciendo y que seguramente vas a tener la misma talla. Todo depende de vos cumpa").

La letra pequeña y esforzada de la carta, el rostro acalorado de Carlito enredándose con las palabras durante las entrevistas, son también fotogramas de una película, evidencias de una idea en la que, más allá de los recaudos y pruritos metodológicos del historiador, hombres y mujeres atravesados por la Historia rompen la distinción analítica entre la historia que se escribe y la historia que se hace, poniendo la primera al servicio de la segunda, e incluyendo al historiador en ese proceso. No existen distinciones entre una y otra Historia para Villalba. Preso, ha leído un libro escrito por un historiador como la evidencia de que "nuestra clase lucha, lucha y luchará siempre".
Voces
¿Qué hacer frente a estas situaciones? Evidentemente, se trata de una nueva visita a la vieja pregunta acerca del sentido de nuestro trabajo como historiadores. Tomar el desafío de responderla implica, por lo menos, la necesidad de pensar los límites disciplinares, tanto formales como conceptuales. La figura del historiador es cambiante en este espacio de frontera, donde hay mestizajes de discursos, legitimidades y validaciones. Traductor, intérprete, compañero, extranjero... Probablemente, una alternancia de todos estos papeles. Mientras tanto, una pregunta emerge de esos cambios de personaje: ¿cuál es la voz específica para los trabajadores, para un tipo de experiencia histórica y social concretas?

Durante una entrevista abierta que hice a Carlito y a Luis Benencio, uno de sus compañeros, las diferencias de percepción en términos de clase aparecieron claramente marcadas en la intervención de uno de los participantes en la actividad. Este inició una larga intervención muy crítica a Montoneros y hacia su política, desde la idea de que esa organización guerrillera había sido la responsable de la destrucción de numerosas iniciativas subordinadas a esa experiencia político-militar. Asumía una mirada dominante en muchas de las lecturas analíticas sobre la época: la experiencia de la lucha armada había subordinado otros frentes a esa política guerrillera, y a la vez, la consecuencia analítica era que aquellos años complejos y riquísimos en diferentes tipos de organización social revolucionaria también eran leídos a través del prisma que jerarquizaba la lucha armada.[3] Al finalizar su parlamento dijo:
¿Cómo evalúan ustedes qué pasó cuando llegó Montoneros, estos protectores?
Quien le respondió fue Luis Benencio, Jaimito:
Yo me voy a remitir a un punto. Porque en general hay una subestimación de nosotros los laburantes que se da seguido. Digo, a mí me pasa seguido. Cuando me invitan a hablar, me dicen "Bueno pero ustedes fueron, este, digamos captados por los Montoneros y después a partir de ahí hicieron todo lo que quisieron"... Yo no me sentí jamás así... En el caso nuestro no pasó nada de eso. ¿Por qué? Primero porque como les confesaba recién, yo aprendí a pensar, también, no mucho, pero un poquito, y eso me posibilitó poder discernir qué era lo bueno y qué era lo malo para mí. Lo que pasó concretamente con Montoneros teníamos una ambivalencia ahí [...] Porque nosotros duramos tanto, y tuvimos tanta fuerza, y pudimos hacer lo que hicimos no porque nosotros éramos valientes, sino porque también había un miedo hacia nosotros que si a nosotros nos pasaba algo iba a intervenir la organización. Y lo segundo y que es lo central para mí [...] es que nosotros cuando se acerca la JTP y empezamos a transitar el camino, nada fue fácil, fue todo una discusión muy, muy grande [...] Los que sabíamos lo que había que hacer dentro de fábrica éramos nosotros. Digo, no nos subestimen tanto, nosotros también sabemos discernir entre lo bueno y lo malo (entrevista abierta a Luis Benencio y Carlos Morelli, Cátedra Abierta, CePA, 7/10/2006).

Al responderle, Jaimito lo hizo desde otra concepción de la experiencia histórica y de la política, más sencillamente, desde otra historia vivida, y reivindicó la agencia de los actores que en la pregunta aparecían sometidos a fuerzas y orientaciones políticas en gran medida externas a sus voluntades.

Para el autor de la pregunta, los Montoneros eran los protectores, es decir, los trabajadores eran los protegidos, los guiados (erróneamente o no) o descuidados por la guerrilla. Pero para Jaimito, "cuando se acercó la JTP empezaron las discusiones". En la brecha entre ambas asunciones, vive la posibilidad de recuperar un lugar para la experiencia de clase a la hora de pensar la confrontación social de los años setenta y, específicamente, la de los trabajadores. ¿A dónde, a quiénes "se acercó" la JTP?

¿Cómo puede un historiador dar cuenta de ellas? En primer lugar, esforzándose por asumir la perspectiva de los seres humanos que estudia, desnaturalizando las matrices conceptuales desde las que se aproxima al período.
La casa a medio construir
En términos históricos, la extrapolación de lecturas políticas, la exportación e instalación de formas de acción tuvo consecuencias en ocasiones fatales sobre los protagonistas de esta historia. En otro fotograma, veo ahora una pared de ladrillo a la vista, una casa a medio construir, como millares de las que se levantaron en la periferia de las grandes ciudades como fruto del esfuerzo de los trabajadores, migrantes internos, de países limítrofes, actores todos de un mundo cultural construido en la Argentina durante décadas.

Martín Toledo, delegado en astilleros Mestrina, integrante de la misma agrupación que Carlito y Luis, está desaparecido. Era chaqueño, hijo de un militar. Eligió otro destino para él y se mudó al Delta, donde entró a trabajar en los astilleros y comenzó a militar políticamente. Cuando el peligro para los militantes más conocidos aumentó, recibió la orden de pasarse a la clandestinidad y dejar su casa. Se lo llevaron de una obra en construcción, la nueva casa que se estaba construyendo. Martín se negaba a mudarse ante instrucciones de sus responsables de la organización Montoneros. Tampoco quería recibir una suma fija, ser un militante rentado, pues él se consideraba un trabajador.

La respuesta de Toledo ante la amenaza represiva surgió desde su experiencia de clase, desde una serie de valores y jerarquías que lo llevaron a participar en el frente sindical de una organización armada. Valores y jerarquías, cosmovisión obrera que no necesariamente tenía que ver con lo que Montoneros asignaba -también desde su imaginario- a los obreros que militaban en sus filas.

En la dramática historia de Martín, el desafío político enunciado por una organización revolucionaria es respondido desde las experiencias y expectativas de clase de un trabajador argentino de la década del setenta. Toledo, desde su memoria histórica de obrero, abandonó su casa construyéndose otra, en el mismo barrio, cerca de la que se había levantado inicialmente cuando dejó su provincia, al igual que miles de argentinos.

Conocí a su hijo, también llamado Martín, el día de la presentación de mi libro. A los pocos días me escribió:
Yo te cuento que estoy terminando de leer el libro y por ahora me está ayudando a entender e interpretar muchas cosas que si bien sabía pero la interpretación la ponía la persona que me lo contaba, no se si me entendés, que cada uno cuenta la historia de acuerdo a cómo lo vivió o de acuerdo a su ideología o interés en esos tiempos. Pero con tu libro me da la posibilidad de ver (según mi criterio) los errores y aciertos que tenían en su forma de lucha obrera y todo lo que eso acarreaba y es realmente como me decían esa noche de la presentación, es para discutir bastante sobre el tema.
Mi libro, "que ya no era mío", me abría una dimensión más, la posibilidad de que una hija se acercara a la historia de su padre, y la de que Martín retomara desde otro lugar la lucha de este.
Anoche termine de leer el libro y hoy se lo paso a mi hermana ya que se la nota interesada por leerlo, se ve que desde hace 2 años se le dio por interiorizarse en este tema y para los 30 años del golpe me acompañó a la marcha en el centro, cosa que me asombró y me encantó que se venga ella y su hija mayor así como mi hija mayor también nos acompañó, para mí fue algo muy especial ese día así como todos los 25 de septiembre, pero será que tenía que ser así el tema, por eso digo que creo en la justicia de dios y el será quien castigue a los responsables de tremenda locura en contra de gente que solo aspiraba y luchaba (con aciertos y errores no?) para un país más equitativo y justo para los que somos trabajadores y yo siempre digo que la historia se tiene que volver a repetir, más en lo que yo me dedico que es ser chofer de micros de larga distancia, por la explotación que existe de los trabajadores, de la burocracia y patoterismo sindical actual, ya que si sos de ciertos ideales te tratan de zurdo, tenés que seguir la línea que te dan ellos y los compa que se la aguanten, este año armé una lista para delegado (se lleva en la sangre esto) y la perdimos en la gral por 3 votos, y creemos que en el gremio no somos de su gusto, nos miran como zurdos o con mentalidad guerrillera como pusieron en un panfleto en obvia referencia a mí y mi historia, no? pero lo bueno es que nos respetan bastante eh. Por eso te digo que 10 termos de mate no van a alcanzar para contarte nuestra historia.[4]
Correo
Recibí un larguísimo correo electrónico de un compañero de estudios, Enrique, también profesor de Historia y militante durante los años setenta:
Un buen ejemplo de lo que estoy diciendo es algo que tal vez para muchos lectores de tu libro pase desapercibido, pero para mí que tengo algunas vivencias de la época no se me ha escapado.

Me refiero a la inclusión de "factores humanos" en la explicación. Concretamente a la dificultad que tenían los tipos de hacer una vida distinta a la que habían hecho toda la vida, como por ejemplo mudarse, tomar medidas de seguridad, son aspectos que pueden parecer intrascendentes, pero no lo son. Yo tuve la suerte de tener dos amigos de Las Flores (uno, desaparecido y otro por suerte en vida) que me alertaron de las prácticas políticas que subordinaban todo a la "orga", incluida los afectos, y la vida misma y que ahí estaba el germen del fracaso y también del delirio, porque eso era incompatible con una política de masas o sea popular. No se podía mandar militantes a Córdoba o cualquier lado, porque la orga lo necesite, porque si vos tenés la pretensión que tu política fuera asumida por el conjunto, es decir que sea popular, tiene que estar pensada para que todos la puedan llevar adelante, y "todos" significa pensar en un tipo que labura y que tiene dos o tres hijos. Y si esa persona no puede llevarla adelante, la propuesta tiene una falla de origen si tiene la elevada pretensión de ser popular.
Los "factores humanos" que rescata Enrique son sentimientos y pasiones que orientaron acciones políticas y decisiones de seres humanos de carne y hueso, en el caso que yo estudié, trabajadores. Me decía más adelante:
Por último encontré que el relato tiene un lenguaje acorde a la historia narrada. No es que uno se imagine "masas obreras" leyendo libros de historia, lo que sí obligaría a un esfuerzo de los historiadores, sino porque en este caso particular, seguramente a vos mismo, te hubiera resultado insoportable que los protagonistas sobrevivientes de la historia no hubieran podido leer su propia historia.
La película por hacer
Este texto es un recorrido provisorio e incompleto por la historia de una investigación. Fotografías sueltas, caídas de alguna valija en una huida precipitada o salvadas del naufragio, ofrecen sin embargo un sentido cuando las pensamos en términos de reapropiación social de la Historia y de reparación. Las preguntas del historiador pueden construir lazos que exceden la elaboración de una argumentación de acuerdo a las reglas del arte acerca de un proceso histórico determinado. Cuando de la historia reciente se trata, se producen lazos con y entre las personas; el historiador contribuye a tejer una trama en la que no queda atrapado, sino de la que es parte, conscientemente, o lo hacen parte, pues en este tramado los hilos se cruzan, se trenzan, y entonces el resultado es un hilo diferente.

Se trata, en una pequeñísima escala, del fenómeno contrario a la represión dictatorial. Hilos invisibles e impensados adensan un tejido muy dañado por años de represión y silenciamiento. El desafío es no sobredimensionar los efectos de nuestro trabajo, sino colocarlos en su justo lugar, como parte de un proceso colectivo en el que otros hombres y mujeres actúan sus propias historias, independientemente de que escribamos o no sobre ellas.

Esto, por supuesto, tiene consecuencias para el ego de muchos investigadores, en la construcción colectiva y popular de un relato histórico, los historiadores aportan un saber específico pero no son las únicas voces autorizadas para hablar sobre el pasado. Dos caminos se abren frente a esto, en primer lugar, el refugio en la disciplina, y la erección de barreras formales que aíslen la "contaminación" que otras formas de contar la Historia producen. En segundo término, la posibilidad de tomar este hecho de la realidad como un desafío para explorar diferentes concepciones en torno a la idea de la escritura de la Historia que orienten nuestro trabajo.

Si nos inclinamos por la segunda posibilidad, el fotograma del historiador sentado frente a sus papeles, su pantalla y sus grabaciones será uno más en una película más amplia. Y, como en la escena final de Cinema Paradiso, el premio será, por fin, una historia realizada por estar en rodaje, las ausencias respondidas y cubiertas; vueltas a la vida como los fragmentos censurados. Una película con las escenas hasta ahora no vistas, silenciadas, ocultadas, por fin en acción, con vida y en movimiento, ya no imágenes congeladas en el dolor, el silencio y la frustración.

La escritura de la historia, de este modo, encarna la posibilidad de la imaginación del futuro. Organiza el pasado en un relato de luchas dentro de las que aún los dolores más inverosímiles y crueles adquieren un sentido. No como una justificación, sino como la explicación necesaria para elaborar nuevas formas de lucha y organización. La intervención del historiador, en consecuencia, no es el mero ejercicio intelectual que vuelve inteligible el pasado, sino el mecanismo mediante el cual las experiencias de lucha son apropiadas de un modo crítico que permite instalar un nuevo horizonte emancipatorio, el anuncio de que la esperanza nueva y vieja a la vez continúa viva allí donde parecía no quedar nada más que el recuerdo del dolor.
Referencias bibliográficas
Bauman, Zygmunt (2005): Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias, Buenos
Aires, Paidós.
Chesneaux, Jean (1984): ¿Hacemos tabla rasa del pasado? A propósito de la Historia y de los historiadores, Buenos Aires, Siglo XXI.
Lorenz, Federico (2007): Los zapatos de Carlito. Una historia de los trabajadores navales de
Tigre en la década del setenta, Buenos Aires, Norma.




(Tomado de Marisa González de Oleaga y Ernesto Bohoslavsky (compiladores):
El hilo rojo. Palabras y prácticas de la utopía en América Latina. Buenos Aires, Paidós, 2009, pp. 287-300.)


[1] Esto debería servir como alerta frente a los excesos del subjetivismo. Si bien es de destacar el aporte de las historias individuales en la reconstrucción del pasado reciente, la evocación ahistórica de sentimientos en torno a acciones (que son históricas) puede profundizar los efectos represivos que se busca reparar.
[2] Estos testimonios forman parte de la colección "Astarsa: Organización, lucha y represión en el ámbito sindical (1973-1978)", del Archivo Oral de la Asociación Memoria Abierta, Argentina.
[3] A la vez, este tipo de asunciones tiene consecuencias impensadas, como por ejemplo legitimar involuntariamente la construcción procesista sobre el período, a saber, que la guerrilla manipuló a sus cuadros, malversó sus voluntades y los utilizó.
[4] En todos los casos he respetado la ortografía original.