Así que el suicidio sale del campo de acción reflexiva para ser únicamente acción, hecho único para ser válido y verdadero. De suicido, entonces, es mejor no hablar.
Estoy lo suficientemente ebria para escribir cualquier cosa y cualquier cosa no aparece por mis sesos gastados. Me hace falta escuchar a led zeppelin a todo volumen, pero ya no soy capaz de hacer sufrir a mis vecinos, me limito a un suave rock en español, a un blue.
Estoy lo suficientemente ebria para escribir cualquier cosa y cualquier cosa no aparece por mis sesos gastados. Me hace falta escuchar a led zeppelin a todo volumen, pero ya no soy capaz de hacer sufrir a mis vecinos, me limito a un suave rock en español, a un blue.
Como van las cosas voy a terminar con aguardiente y escuchando tangos, los adecuados para este estado de animo. Ni siquiera estoy triste, es más bien como estar en un cuarto blanco sin calor ni frío y extrañar las nieves perpetuas o el calor de los volcanes. Mis minutos pasan y los veo irse despacio, casi puedo ver sus crueles manitas que dicen adiós…
1 comentario:
Quién pudiera reír como llora ella
(Joaquin Sabina, Agosto 5 de 2012)
Andaba dibujando en un cuadernito, una
costumbre que recién adquirí, cuando vi por la
televisión, encendida sin sonido, la imagen de
Chavela. Di voz al aparato. Se nos fue, escuché. Y
me cogió un llanto irreparable. Lo que nunca me
había sucedido. Siempre me culpé por no ser
capaz de llorar con la muerte de mis padres, pero
esta vez me venció el desconsuelo. Yo nunca me
tomé copas con mis ídolos: Bob Dylan, Leonard
Cohen o Brassens. Y sí, con Chavela, con la que he
cantado, nos hemos abrazado y reído hasta
hartarnos. Todas esas veces cuentan y contarán
siempre entre las más grandes cosas que me han
sucedido en la vida.
Será difícil, por ejemplo, olvidar cómo la conocí.
Fue una noche de hace unos veinte años, en
Madrid, en la sala Morasol. Dijo: ?Yo vivo en el
bulevar de los sueños rotos?. Y yo tuve que
escribirle una canción con esa frase. Ya se había
recuperado de su alcoholismo. Calculaba que
había bebido algo así como 1,8 millones de
botellas de tequila y solía decirme cuando me veía
beberlo a mí: "Joaquín, ese tequila tuyo es muy
malo; el bueno de verdad ya nos lo bebimos José
Alfredo Jiménez y yo". Al conocer la triste noticia,
que todos veníamos anticipando, he sentido la
necesidad de bajar al bar a tomar uno a su salud,
aunque el brebaje sin ella siempre será de los
malos.
Aquella primera vez, pedí a Pedro Almodóvar que
nos presentara. Al acercarme, escuché cómo él le
contaba quién era yo, pues Chavela no tenía la
menor idea. "La admiro desde niño", le dije. "Yo
también le admiro mucho a usted", contestó. Ante
la mentira, exclamé. "Vete a la mierda." Nos
fundimos en un largo abrazo del que nunca nos
libramos hasta ayer mismo, incluso aunque no
pudiéramos vernos en su última visita a España,
un viaje que quizá no debió hacer, pues no estaba
en condiciones. Entonces, yo estaba de gira y a
ella la ingresaron en un hospital.
Con su desaparición, se pierde una manera de
cantar llorando, un quejío inigualable, una
expresividad fuera de lo común. Unos cojones y
unos ovarios nunca vistos en la música popular
desde la muerte del bandoneonista Ricardo
Goyeneche. Ella no vendía una voz, vendía un
estilo. Era una maestra en perder la primera al
tiempo que ganaba lo segundo. Algo en lo que yo,
sin duda, tengo mucho que aprender. En estos
momentos de pérdida me digo: ¡Quién pudiera
reír como llora Chavela! Y recuerdo algo estas
palabras de Almodóvar: "Desde Jesucristo, nadie
ha abierto los brazos como ella".
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